Queridas hermanas, estamos en los días previos a la celebración de la Solemnidad de la Virgen del Carmen. En cada una de nuestras comunidades nos preparamos para esta gran celebración y, aunque lo hacemos de manera diferente y variada, dependiendo de los lugares, todas tenemos un mismo objetivo: venerar y, sobre todo, imitar las virtudes de esta gran mujer, la gran mujer, diría yo, la mujer por excelencia.

“Celebrar a María, nos recuerda el Papa Francisco, es celebrar la cercanía y la ternura de Dios que se encuentra con su pueblo, que no nos deja solos, que nos ha dado una Madre que nos cuida y acompaña. […] Viendo a María, uno entiende la cercanía de Dios, la compasión de Dios en una Madre y la ternura de Dios” (7/10/2023). Ante la imagen de la Virgen del Carmen, en otra ocasión, nos sugiere: “No pasemos deprisa, detengámonos a contemplar y meditar, pues aquí está una parte esencial del misterio de la salvación. Y tratemos de aprender el “método” de Dios, su respeto infinito, su “amabilidad” por así decirlo, porque en la maternidad divina de la Virgen está el camino hacia un mundo más humano” (Papa Francisco, 31/12/2022).

En esta ocasión, mis queridas hermanas, os sugiero realizar un gesto, gesto cercano a la piedad popular y al que también invitaría, desde la sencillez y hondura, a las personas con las que entramos en contacto; expresión que incluye una relación personal, no con energías armonizadoras, sino con Dios, con Jesucristo, con María; gesto que brota de la encarnación de la fe cristiana en una cultura popular (Cfr. EG 90).

Este es el gesto: os invito a acercaros a la imagen de la Virgen del Carmen que tenéis en vuestra capilla, en vuestra habitación. Contemplad su rostro, mirad sus manos, deteneos en aquel punto que llama más vuestra atención y dejad que ahí, en silencio, sea Ella la que os dirija una palabra. Dejemos que, en primer lugar, Ella tome la iniciativa, nos salga al encuentro. Estamos demasiado acostumbradas a hablarle, a decirle, a pedirle… pero hoy, en este hoy de nuestra historia, creo que es tiempo de escuchar.

Escuchar a la Madre, igual que hemos escuchado cada una a nuestra madre, supone acoger cuanto expresa, con corazón abierto y confiado, porque sabemos que en su corazón no hay nada más que amor. Y si es así el amor de nuestra madre de la tierra, ¡cuánto más será el de la Madre del Cielo!

Calla, contempla, escucha, no te angusties porque aparentemente no dice nada; mantén la calma y sigue esperando. En este mundo de la inmediatez, también a nosotras nos resulta muchas veces difícil hacer silencio, detenernos, esperar con confianza, sin prisas. Necesitamos respuestas rápidas y cuando no llegan a veces nos cansamos, desistimos y empezamos a inquietarnos y reaccionamos hablando. Mantengámonos en la espera y a la escucha, porque, cuando menos te los esperes, la Madre te regalará una palabra, susurrará al corazón lo que espera de ti, de nosotras, la confianza que tiene en cada una y, sobre todo, nos indicará hacia dónde quiere que enfoquemos nuestra mirada.

En este cruce de miradas, en ese diálogo entre Madre e hija, ¿hacia dónde se dirigen sus palabras? Si nos detenemos en el Evangelio, las palabras de María están siempre dirigidas a Dios, abiertas a su proyecto y, por supuesto, en absoluta disponibilidad para cumplir su voluntad, que no es otra que el bien de los hermanos.

Seguramente que también hoy sus palabras dirigidas a nosotras van en esta misma dirección. Y sigamos dialogando y preguntando, tratando de descifrar el mensaje que tiene para cada una y para nuestra familia religiosa en este momento precapitular, como lo tuvo en su momento para nuestro Fundador. Os invito también a leer “Mis relaciones en el monte con la Virgen Carmelitana” (MR 9, 45-48) Quisiera contextualizar estos diálogos en el momento vital del P. Palau, en el que, compaginando con intensas misiones populares, orienta más su actividad ministerial en el ejercicio del exorcistado, con la real intercesión de la Virgen Carmelitana; tiempos de crisis en los que él amplía la atención en Els Penitens, a pesar de ser objeto de ataques y críticas, por una parte, y restricciones por otra.

¿Tenemos la misma certeza que el P. Palau, “Si me amas, tú cuidarás de mí: ya soy salvo”? ¿Percibimos esa presencia y palabras de la Virgen Carmelitana – Iglesia: “Quiero confirmar tu fe”? ¿Será para nosotras también el mensaje mariano, “en mi nombre lanzarás los demonios de los cuerpos que poseen y atormentan”? ¿Qué realidades ‘atormentadas’ de nuestro mundo somos capaces de escuchar hoy -de enfocar nuestra mirada en ellas- personalmente, como comunidad o Congregación y dar una respuesta?
Esas mismas preguntas poblarán nuestra Asamblea. […]

Quisiera concluir, compartiendo la certeza de que María siempre ‘vuelve a nosotras esos sus ojos misericordiosos’ porque así fue mirada por Dios. Y en sus pupilas quisiera se reflejase toda nuestra Congregación.

¡Feliz día del Carmen para todas!