El domingo, con la celebración del bautismo del Señor, cerramos el tiempo de Navidad. Es una “epifanía”: revelación – manifestación de la divinidad de Jesús en su historia, en nuestra historia.
Las lecturas que nos presenta para este día la Iglesia llenan mi corazón de esperanza y paz. He aquí el que viene a salvar, a cuidar al maltrecho, a sacar de la marginación al que está tirado en las cunetas de la vida. Y viene con la fuerza del Espíritu, ungido por Él, el amado, el elegido, en quien Dios se complace.
La imagen que dibujan las palabras del Primer canto del Siervo reconforta, transmite paz y consuela. Es Dios mismo que envía a su Siervo para atender las necesidades de su pueblo. Para traer la justicia, la consolación, el bien. Para levantar, sostener, sanar, liberar… sin acepciones. La vocación de todo cristiano, en definitiva.
Esta narración se ve prolongada en las palabras de San Pedro recogidas en los Hechos de los Apóstoles. Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Siendo a la vez su vida una progresiva revelación del misterio trinitario que vislumbramos escuchando el Evangelio de este domingo. Su paso por el mundo continúa la restauración de la creación iniciada con su descenso a las aguas del Jordán «para que se cumpla toda la justicia».
Estas palabras me invitan a una revisión de vida: ¿me dejo curar por Jesús? ¿me dejo liberar por él? ¿me dejo ungir por su Espíritu? ¿aprecio el valor, los dones recibidos en el bautismo que se me ha regalado? ¿dejo llevarme como mi Señor por el Espíritu? ¿dejo a Dios mirarme con esa mirada amorosa? Esta y otras preguntas que brotan y que invitan al agradecimiento. A la alabanza. A la conversión. Para que mi vida, como la suya, pueda ser trasmisora del consuelo que da la fuerza del Espíritu. Para que los oprimidos que encuentro en el camino de mi vida queden liberados. Para que, igual que el momento de su bautismo de una manera más tangible, sea revelación del misterio de la Trinidad.
Señor, que sepa dejar que hables tú a través de mí boca, que seas tú, que mi presencia y mis actos sean anuncio de tu Buena Nueva. La Buena Noticia del Dios que viene a salvar a su pueblo. Que trae la paz. Ojalá sea fiel discípula tuya, Jesús. Que sea como tú. Que mi vida sea una manifestación de tu divinidad, de la acción liberadora de tu Espíritu. Y que todos los que sufren puedan ser consolados, levantados, liberados.
Carmelita Misionera Teresiana