Meditando el pasaje del Evangelio de hoy, Mateo 10, 37-42, sobre las «condiciones del discipulado», me vino a la mente un gran hombre buscador incansable de su amor y el objeto del mismo. Preguntó «¿Qué es lo que amé? ¿Quién era el objeto amado?» (MR I, 2).

El versículo 10, 37: «El que ama a padre o madre más que a mí no es digno de mí, y el que ama a hijo o hija más que a mí no es digno de mí». El Evangelio que se proclama este domingo invita a mirar quién es el centro de nuestras vidas… Quién es aquel que sacia y satisface nuestro ser; nuestro amado, nuestro único amor y el objeto de nuestro ser. Y entrar en nuestro centro nos puede llevar a un mayor descubrimiento de la centralidad de la Iglesia – Dios y el prójimo – en nuestras vidas. Análogo a la experiencia de ese gran hombre, el beato Francisco Palau, en su búsqueda de la Amada. Él dice: «¡Oh, Santa Iglesia mi amada! Tú eres el objeto de mi amor». «Te he encontrado ahora; tú lo sabes: lo mínimo que puedo ofrecerte es mi vida, para corresponder a tu amor» (MR III.1, 2). Esa profunda experiencia de la Iglesia se expresó concretamente en la encarnación del amor de Dios y del amor al prójimo con todas sus consecuencias.

En el Evangelio, el versículo 10, 38, «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí» nos dice que la cruz es parte del seguimiento de Cristo. A menudo asociamos la cruz al dolor, el sufrimiento y la muerte. Y difícilmente descubrimos que en la cruz se incrustó el inmenso amor de Dios por nosotros, la vida y la salvación. Estos versículos nos invitan a reflexionar sobre cómo tomamos nuestras cruces diarias y cómo permitimos que nos moldeen en nuestro seguimiento de Cristo.

«El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi causa la encontrará» (Mt. 10, 39). La expresión genuina de nuestra profunda experiencia de Dios se manifiesta en la entrega total de uno mismo; un amor que lleva a un compromiso apostólico. Con la mirada del corazón en los rostros concretos de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en la restauración y liberación del Cuerpo herido de Cristo. Este texto nos desafía no sólo a ir más allá de nosotros mismos sino a perderla. Porque «quien pierde su vida por mi causa la encontrará», porque solo así encontramos el sentido y la esencia de nuestra existencia. El beato Francisco Palau diría «…en el amor de Dios y del prójimo se consuma toda la obra de Dios en el corazón del hombre» (C 38, 4).

CMT – ASIA

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