¡Cuántos momentos vivimos en soledad!, ¡cuántos abrazos perdidos!, ¡cuántos lugares recorremos buscando la paz sin hallarla! Y allí estás tú, dándonos miles de señales y oportunidades, para que volvamos a Ti, a tus brazos de Padre, para aliviarnos, consolarnos y darnos esa paz inalterable que tanto anhelamos, pero que solos nos cuesta hallar.
En tus manos, Señor, pongo mi vida, nuestra vida, el cansancio y gozo que llevo a cuestas de gastar la vida por el Reino. Me sorprendes, me inquietas, me preocupas. Es un cansancio con sentido, fecundo, desbordante. A veces, cuando siento que me faltan las fuerzas, apareces tú y me reconfortas.
Vengan a mí… resuena con fuerza en mi interior. Voy a ti, porque antes y de muchas formas vienes tu y me sales al paso, no quieres que me pierda, insistes porque sabes que, sin quererlo, caigo en muchas distracciones.
Aquí me tienes, estoy en tus manos, y en ellas, no sé muy bien lo que pongo, pero te lo entrego todo porque sé que es mío, lo cosechado y lo vivido: el sudor de la entrega, la impotencia ante la injusticia, mis límites de no poder hacer más, este sentido de cuerpo eclesial y congregacional que por momentos me maravilla y por momentos me pesa y agobia, esta tremenda misión de la maternidad que por momentos me enciende, en otros me congela y en otros me desmorona. Es el peso libremente asumido de la cruz, de las relaciones, de la comunión.
Te lo entrego todo, porque también es tuyo, porque de ti aprendo a cargar con el yugo libremente y por amor, a ser manso y humilde de corazón. Estoy en camino y aún tengo mucho que aprender; pero gracias, Dios nuestro, porque puedo hacerlo e intentarlo cada día.
Celebremos la vida por sobre la muerte, la victoria del bien y de la belleza por sobre tanta corrupción. Porque, aunque los tiempos de Dios no son nuestros tiempos, y muchas veces su lógica nos resulta ilógica, Dios vence. Hago eco y que resuenen con fuerza las palabras del profeta Zacarías: “Alégrate, hija de Sión (…), porque El destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones”.
Nosotros Trinidad Santa, Iglesia Bella, queremos seguir en camino, amándote y entregando la vida por tu Reino, por nuestros hermanos.
Así, con lo pequeño y cotidiano, “día tras día, te bendeciremos y alabaremos tu nombre por siempre jamás”.
CARMELITA MISIONERA TERESIANA – EUROPA