Jesús estaba absorto en saber «¿quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (cf. Mt. 16:13) Y los discípulos respondieron: «Algunos dicen Juan el Bautista, otros Elías, otros Jeremías o uno de los profetas». (cf. Mt. 16:14) Pero esto no le satisface, con certeza les preguntó: «¿Pero ¿quién decís que soy?» (cf. Mt. 16:15) Jesús estaba interesado en saber «¿Cómo lo identifican sus discípulos?»

Con la gracia y la generosidad de Dios, con fe, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». (cf. Mt. 16:16) Con este anuncio, Jesús le dijo en respuesta: “Bendito eres, Simón hijo de Jonás. Porque no os lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre celestial. Y por eso te digo, tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia …”(cf. Mt 16, 17-18)

«¿Quién dices que soy?» es la misma pregunta que nos hace Jesús. En nuestro encuentro y relación con él, ¿cómo vamos a dar respuesta a esta pregunta? Invoquemos al Espíritu Santo para que abra nuestro corazón al Misterio de Dios, para que nuestro ser esté dispuesto a experimentarlo profundamente en la sencillez y en la cotidianidad de nuestra vida. Capaces de proclamar con valentía nuestra fe, no sólo con nuestros labios, sino especialmente cuando damos testimonio de ella con nuestra vida; de una vida transformada a través del compromiso sin pretensiones, cuya mirada es para los pequeños y vulnerables, desde la sensibilidad y la escucha de la realidad y los signos de los tiempos, y apasionada por la restauración del Cuerpo herido de Cristo.

Como hijas del Beato Francisco Palau, que su Credo escrito en “Mis Relaciones con la Iglesia” nos recuerde e inspire a vivir con celo nuestra fe y aquello en lo que creemos, como él confiesa:

1º Creo existes, y que tú eres el objeto único de amor designado por la ley de gracia “amarás…” etc.

2º Que tú eres Dios y los prójimos.

3º Que todos los prójimos, esto es, los predestinados a la gloria, forman un cuerpo moral perfecto bajo Cristo Dios-hombre su cabeza.

4º Que donde está Cristo está la Iglesia, y que no son cosas separadas sino individualmente, pero unidas moral y espiritualmente, formando una sola nación, un solo principado, un solo reino, una sola familia, un solo  cuerpo unido entre sí con su cabeza con lazos más fuertes que los del cuerpo material, por ser Dios, El mismo el espíritu que hace en él lo que el alma en el individuo.

 5º Que este cuerpo se llama Iglesia, formando una sola la que está en el cielo, en la tierra y en el purgatorio, por ser una sola su Cabeza y uno solo el Espíritu que la vivifica, que es Dios.

6º Que la Iglesia es una belleza inmensa, porque reúne en sí todas las perfecciones y atributos que forman la imagen del mismo Dios; y que por lo mismo, es el único objeto de amor que puede satisfacer todos los apetitos del corazón humano y la vista intelectual y material del hombre.

7º Que este cuerpo moral perfecto que eres tú, eres una realidad, una entidad distinta, con vida y movimiento propio; que tienes espíritu y vives, entiendes y amas, que hablas, oyes y ves.

8º Que siendo amada como objeto único digno de amor para el hombre y el ángel, puedes corresponder con amor amando a tus amantes.

9º Que en ti el amor es el Espíritu Santo, que derramándose por todos los miembros de tu cuerpo, corresponde con amor al que ama.  No tienes alma como nosotros, pero tienes espíritu y éste es el Espíritu Santo, persona tercera de la Trinidad que te da vida, movimiento, virtud, gracia y gloria; eres una inteligencia, y ésta está en tu cabeza que es Cristo, Hijo de Dios vivo, y hombre Hijo de María Virgen; y con el Hijo y el Espíritu Santo está el Padre, como principio de donde proceden los dos; en ti, contigo y por ti obra Dios Trino y Uno, y fuera de ti no hay salvación, vida ni felicidad, sino agitación y tormento eterno.