Sean semejantes a los criados

que están esperando a que su señor regrese de la boda,

para abrirle en cuanto llegue y toque.

Hoy la palabra nos habla de la fe, de aferrarnos a ella y mantener viva la esperanza en que Él viene…que sigue viniendo cada día a nuestras vidas, a nuestro mundo…Lo nuestro es estar listos, preparado el corazón para reconocerlo y acogerlo.

Hay dos maneras de esperar, la pasiva y la activa.

La espera pasiva se queda encerrada en la sola liturgia, los rezos y demás devociones personales. Que no tiene nada de malo pero que no bastan, que son insuficientes para poder reconocer al Señor cada vez que llega a mi vida, a la historia.  Él viene misteriosamente en las circunstancias, las personas, las situaciones, los encuentros… No es el intimismo el modo de encontrarnos con Él, primero porque nos aísla de los demás, y somos seres comunionales, que nos plenificamos en la comunidad, en las relaciones, en la fraternidad, y segundo porque como lo veíamos antes: somos seres relacionales, remos el riesgo de autoengañarnos con falsas imágenes de Dios que nunca se ven confrontadas en el dinamismo de la vida concreta y real.

La espera activa, en cambio, es aquella que hacemos en movimiento… en movimiento de salida hacia los demás, hacia la historia grande de la humanidad, de las naciones, de nuestros pueblos, y a la historia particular de los rostros y miradas que hallamos cada día; al saludo, al abrazo, a la mirada alegre o triste de Jorge, María Inés, Consuelo, Eduardo…La espera activa es aquella que mientras sucede va comprometiendo toda nuestra vida, nuestro ser y hacer con los demás…

¿Rezamos? Sí. ¿Participamos en la liturgia? Sí ¿Hacemos actos de caridad ocasionales? Sí… ¡Eso no basta! Precisamente por lo que veíamos antes: somos seres comunionales, nos plenificamos en la comunidad, en las relaciones, en la fraternidad expresada en acciones concretas.

Cristo no viene envuelto en una nube misteriosa que baja mientras yo rezo en mi habitación… Viene a mi corazón en la oración comprometida con el dolor y el gozo de mis prójimos, viene a mi encuentro en la mirada honda y dolorida de la mujer migrante que carga un hijo, en la mirada perdida de las víctimas de la trata de personas, en el rostro quebrantado de quienes huyen de Ucrania, en la lágrima furtiva del anciano solo, en el brazo marcado del joven drogadicto… Allí viene Cristo, allí está viniendo a mi encuentro… ¿Estoy preparado para acogerle? Y antes que eso, ¿Estoy dispuesto, estoy dispuesta a mirarlo y a reconocerlo allí? O prefiero seguir con mis devociones personales, mis momentos de quietud espiritual con mi Cristo de la estampa, de la imagen…

Descargar aquí:  XIX DOMINGO ORDINARIO C

CARMELITA MISIONERA TERESIANA-AMÉRICA