Lo curioso es que ambos, trigo y cizaña, se alimentan del mismo suelo, de la misma tierra y toman de ella lo que necesitan para crecer; y también en nosotros, la semilla del bien es plantada a la luz del día y la del mal “mientras duermo”, de noche, cuando dejo de prestar atención y me distraigo o acomodo.
Dice el Señor en el evangelio de hoy (Mt 13, 24-43) “Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha”… ¡Cómo desearíamos a veces quitar la cizaña y dejar de luchar! Pero no es real una vida aséptica, donde todo es limpio y claro, o donde sólo hay blanco y negro… nos movemos en la zona de los grises, donde hay que tomar decisiones, donde hay que elegir qué vamos a alimentar más… Si perseveramos, en la hora de la cosecha, cada una tomará naturalmente su lugar. Esa certeza es la que sostiene el esfuerzo.
También se nos muestran hoy la semilla de mostaza, que toma del suelo lo que necesita para crecer y llegar a ser un árbol frondoso que se convierte en hogar de los pájaros, lugar donde anidan y cuidan la vida nueva… y la levadura, que hace crecer la masa, que se activa con el calor…el calor de las manos que amasan, el calor del sol…que sube quedando esponjosa y suave, y una vez cocinada en el calor del fuego nos regala un pan para compartir.
Cada día somos protagonistas y testigos del “Reino que crece” en nuestra realidad, en nuestra tierra, entre nuestras manos…en lo cotidiano, en el día adía… Y es esta experiencia la que estamos llamados y llamadas a compartir, no lo que sale de nuestros discursos y mucho estudio, ni repitiendo narrativas trasmitidas de generación en generación, porque eso se escucha y quizás produce asombro por lo elevadas… pero no toca la vida de las personas… El asombro de ver experimentar como crecen juntos trigo y cizaña, de ver la diminuta semilla de mostaza convertida en árbol frondoso que anida la vida, de sentir la masa tibia en las manos cuando comienza a crecer, es lo que sí puede tocar y transformar vidas, puede hacer brillar a los justos como el sol en el Reino, un brillo que comienza aquí y ahora, en este preciso momento en que lees estas palabras.
El brillo de los justos, la luz de los que viven el Reino, produce y provoca en otros no sólo una admiración momentánea sino un anhelo profundo de experimentar lo mismo; los ciudadanos y ciudadanos del reino van por esta vida haciendo brillar la vida, el bien, la verdad, la esperanza… Brilla como el sol… “su testimonio” y permite a otros “contemplar todo” en su verdad bondadosa, en su presente y futuro esperanzador.
Y todo comienza en nuestro suelo…
Dice la primera lectura de hoy “No hay más Dios que tú, Señor, que cuidas de todas las cosas” (Sab 12, 13. 16-19) En este domingo digamos con sinceridad a este buen Dios: Señor, cuida mi tierra.
CARMELITA MISIONERA TERESIANA – AMÉRICA