Hace diecisiete años, en enero de 2003 para ser exactos, cuando empecé a buscar seriamente «el verdadero tesoro – mi valiosísima perla». Recuerdo los movimientos que sentía por dentro… mi corazón anhelaba algo que no podía encontrar fuera (en el mundo, en mi trabajo, incluso en mi día a día). Era un deseo que busca un significado más profundo en la vida, una alegría que no depende de éxitos o posesiones. Era un profundo anhelo interior de buscar la voluntad de Dios, de conocer sus planes, de amarlo y servirlo concretamente.
Cuando tomé conciencia de ese ardiente deseo interior, empecé a escuchar esas voces que gritan constantemente «busca la voluntad de Dios y conoce sus planes; allí encontrarás el sentido de la vida y experimentarás una verdadera alegría». Pero, ¿qué debo hacer? ¿A dónde debo ir? ¿Cómo encontrar este tesoro, mi inestimable perla? Esas son las preguntas que tenía en aquel entonces. Como sólo tenía 23 años, no conocía muchos recursos de discernimiento para mi vida. La única forma que tenía era la oración. Así que, en cada encuentro orante con Dios siempre le pedía que me guiara y me mostrara el camino…
En el Evangelio de hoy Jesús nos habla en parábolas comparando el Reino de Dios con un tesoro enterrado en un campo que una persona encuentra y vuelve a esconder, y gozoso va y vende todo lo que tiene y compra ese campo. La segunda comparación habla de un comerciante que busca perlas finas. Cuando encuentra una perla de gran precio, va y vende todo lo que tiene y la compra. (cf. Mt. 13,44-46).
Las parábolas nos preguntan sobre lo que es verdaderamente valioso e importante para nosotros. ¿Centramos y dirigimos toda nuestra atención en encontrar el verdadero tesoro, el Reino de Dios? ¿En conocer y poseer a Dios, buscar su voluntad, amarlo y servirlo concretamente? En el Evangelio, San Lucas nos recuerda: «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».
Después de un año de insistencia en la cotidianeidad de la vida, de esfuerzos en la busca de mi perla preciosa, Dios me descubrió el tesoro enterrado dentro de mi corazón. Dirigió mi camino para mostrar el plan que Él tenía para mí… Me llamó a ser misionera, a entregar mi vida, a amar y servir concretamente a mis hermanos y hermanas. Me hizo darme cuenta de que Él es el único tesoro que puede saciar y satisfacer mi ser y que, si mi corazón ama otra cosa, se pierde. (cf. Cta. 88,6).
Recibir esta gracia, de encontrar lo que es verdaderamente valioso, ha cambiado mi vida. Es muy cierto que cuando encuentras el tesoro o la perla de gran valor, con alegría profunda vivirás todo con tal de poseer el tesoro que has encontrado. Y eso es lo que me pasó a mí… encontrar a Dios, desear conocerle profundamente, descubrir el plan que tiene para mí y seguir su voluntad entonces y ahora es el tesoro que reclamo como propio. Este deseo, esta realidad, y esta gracia la considero como mi perla más valiosa. Que por mucho que me cueste, en los altibajos de la vida, en los momentos de oscuridad y de luz… yo/nosotros siempre podremos buscar sinceramente a Dios y su Reino.
Tenemos un tesoro, no hecho de oro,
En las vasijas de barro, una riqueza incalculable.
Un único tesoro, el Señor.
El Cristo, en vasijas de barro.
CARMELITA MISIONERA TERESIANA – ASIA