Puedo imaginarte… tus ojos llenos de furia, el rostro desencajado por el coraje y la indignación frente a lo que te encontraste al llegar al Templo… este templo que, lejos de ser un espacio de adoración y encuentro se había convertido en una “cueva de ladrones” en el lugar donde ellos se refugiaban, donde comercializaban con lo sagrado, donde el dinero era herramienta de  abuso y explotación de los más pequeños; este templo que suponía era casa de tu Padre donde no debería haber cabida para la exclusión, la injusticia, ni la discriminación de ningún tipo. La casa de tu Padre es un espacio donde se acoge de forma gratuita y  sin distinción…

Entiendo tu indignación, porque lo tuyo es ponerte del lado de los pobres y marginados: publicanos, pecadores, prostitutas, enfermos, posesos, paganos, samaritanos y gente de mal vivir.

Pero a ti que lees estas letras, ¿qué te indigna?… ¿puedes sentir enrojecerse tus ojos o la opresión en tu corazón a causa de la ira ante el trato que hoy se da al nuevo templo de Dios, al Cuerpo de Cristo?…

¿Qué sientes cuando ves…

… la riqueza y la ostentación de unos pocos y la carencia y el hambre de muchos?

… la vida relativizada y manipulada, y no un don para darlo?

… el abuso de poder que oprime y subyuga a tantos buscando sólo el propio beneficio?

… la cosificación de las personas que lleva a comercializarlas, explotarlas, usarlas y abusarlas?

… la violencia desmedida hacia la mujer, el tratarla como una posesión con el consiguiente “derecho” a hacer de ella lo que se quiere?

… la impunidad con la que actúan las mafias y redes de muerte?

Porque este es nuestro templo hoy: la Iglesia herida, vejada, asesinada, desaparecida, cosificada, invisibilizada, violentada, explotada, comercializada… ¿Sientes esta indignación?

Y a ti, ¿Qué te indigna?…

Como bien dice Juan en el evangelio, Jesús es el nuevo templo, ya no de piedras ni de columnas, sino de carne y hueso, de sangre derramada por AMOR a todos, un templo que es a la vez escándalo y necedad, fuerza y sabiduría de Dios; un templo que ya no levanta el látigo sobre otros, sino que se deja herir hasta la muerte por amor a otros. La indignación no es la emoción con la que se queda, lo es el Amor que lo mueve a la donación total, mostrando de esta forma que el camino no es “usar, comercializar, abusar” sino darse, entregarse, amar hasta el extremo.

¡ATENCIÓN! Dejémonos afectar por la ira y el coraje, no caigamos en la indiferencia, como “si no pasara nada” o en dar vuelta la cara ante lo que “no se puede cambiar”.

¡ATENCIÓN!, a ejemplo de Jesús no nos quedemos sólo en estas emociones, sino dejemos que nos movilicen, que nos lleven a sentir la necesidad de construir algo nuevo y comprometernos con ello; que sean el motor para lanzarnos decidida y valientemente a ser voz de los sin voz porque ya no se puede callar lo injusto, lo que hace sufrir, lo que denigra al ser humano o lo que lo reduce a mercancía. Quien se siente indignado clama por una dignidad que ha sido herida.

“Marcha, preséntate en batalla contra ellos; yo estaré contigo” MR 17, 16.

“Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1Cor 1, 25)

CARMELITA MISIONERA TERESIANA

Descargar texto aquí: III Domingo de Cuaresma_Qué te indigna