En este segundo domingo de la Resurrección del Señor, la Palabra de Dios nos presenta a los discípulos que tienen miedo y están reunidos en la casa con las puertas cerradas. ¿Qué es lo que temen de los judíos? ¿Volver a ser perseguidos? Jesús se les apareció y les mostró sus manos y su costado. Tomás no estaba con ellos, y nosotros tampoco… hay que reconocer que nos hubiera gustado ser protagonistas en esta escena porque se desvanecerían muchas de nuestras dudas. Tomás quería ver y tocar. El Señor está de acuerdo. Le muestra las manos y el costado. Fue entonces cuando cayó de rodillas y profesó su fe: «Señor mío y Dios mío«. La reacción de Jesús fue inmediata: «Porque has visto, ¿crees»? «Bienaventurados los que creen sin haber visto». Los cuarenta días que los discípulos vivirán con su glorioso Maestro transformarán e iluminarán a los discípulos y el día de la Ascensión lo contemplarán subiendo al cielo y volverán a Jerusalén sin miedo, gozosos y con paz en corazón.

Así que este mensaje de paz, que aporta el Evangelio, viene envuelto con la presencia del Espíritu Santo que nos pide no condenar a nadie por sus pecados y abrir nuestras puertas para que el otro pueda entrar y no le pongamos resistencia. Porque lo que Dios quiere no es la muerte, sino la vida de cada uno. No quiere pecado ni condenación, sino perdón y salvación. Es la Misericordia lo que él quiere y la realiza a través de su amado Hijo Jesucristo. Y mira que, en este tiempo pascual, de una vez por todas, la miseria de los hombres, las enfermedades, la condenación, son superadas por la resurrección del que amó hasta el fin. Y como su Misericordia sólo encuentra su cumplimiento en una alianza personal con cada uno de nosotros, nuestra libre respuesta individual responderá a la libre iniciativa divina de difundir ampliamente sus gracias a todos sin excepción: la misericordia de Dios no tiene límites. Se necesita fe y mucha fe para ver y tocar la realidad.

Este texto nos permite cuestionarnos sobre las puertas que mantenemos cerradas en nuestras vidas.

Creo que en esto el Padre Palau nos puede ayudar cuando dice:

“La caridad para con los prójimos, o sea el amor de Dios, al difundirse desde nuestros corazones hacia los prójimos, produce en nuestras almas un efecto que le es muy natural, tal es la misericordia; esto es, le dispone a tomar parte y a mirar por propias las necesidades de nuestros prójimos. «

« El que no tiene un corazón que parte las penas con sus prójimos, mirándolas como cosa suya, no tiene misericordia; esto es, un corazón afectado a la presencia de la miseria  y de las necesidades ajenas; y el que no usa de misericordia, no hallará en Dios misericordia.(los Escritos pág. 576,578).

“… La caridad es obra…”. «Si tienes caridad, si amas lo que Dios ama, si quieres lo que Dios quiere, puedes hacer por el bien de los otros mucho y muchísimo » (escritos p. 581).

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – ÁFRICA

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SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA y DOMINGO DE LA MISERICORDIA               

Deuxieme Dimanche de Pâques