Después de la muerte de Jesús sus seguidores y seguidoras se reunían en secreto para compartir todo lo que había pasado; había entre ellos tristeza, desconcierto, miedo, tal vez una cierta desesperanza y seguramente interrogantes como ¿Y ahora qué? ¿Cómo seguimos adelante?
Cómo no ver reflejada en esta situación a tantos y tantas que, después de más de un año de pandemia, de ir sintiendo el cansancio de las restricciones, el temor, la incertidumbre, comienzan a dejarse llevar por una cierta desesperanza y van haciéndose preguntas semejantes a la de los discípulos y discípulas: ¿Y ahora qué? ¿Cómo seguimos adelante?
Dice el evangelio (Lucas (24,35-48) que estaban hablando estas cosas cuando se presenta Jesús y les dice «Paz a ustedes.» y ellos, llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Y es que la presencia de Dios a veces nos asusta, nos intimida…porque viene de maneras insospechadas, en momentos inesperados. Hoy está pasando por nuestras vidas, por la humanidad, de una manera velada, no entendemos, no lo vemos y sin embargo a muchos nos está haciendo la misma pregunta que a los discípulos ¿Por qué se alarman?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona…aquí estoy, con ustedes en esta experiencia de pandemia. Y aunque la manifestación de su presencia sea distinta a la de aquel tiempo, hay un estilo de acercarse, de hacerse presente, de tratarnos, de amarnos, de enseñarnos, que sí conocemos… Tal vez sea el tiempo de avivar nuestra memoria espiritual, de recrear las muchas veces en que hemos podido vivenciar su presencia, en que hemos comprendido sus señales, en que nos hemos dejado invadir por su paz…Quizás sea el tiempo de traer al corazón no solo las oportunidades en que lo hemos visto sufriente en los enfermos, en las víctimas, en los empobrecidos sino también de acoger su presencia resucitada en quienes salen a aliviar los dolores de los demás, en la solidaridad que se ha despertado en tantos y tantas, en la nueva consciencia que nos lleva a reconocer la necesidad que tenemos de replantearnos nuestro modo de ser humanidad, en la voluntad de tantos y tantas de cuestionar los sistemas sociales, políticos y económicos que estamos construyendo… Quizás sea el tiempo de acoger la invitación que nos hace a través del Papa a vivir y construir esa fraternidad universal que humaniza, dignifica, y que nos va a salvar del egoísmo autodestructivo.
Hay respuestas y caminos a las preguntas ¿Y ahora qué? ¿Cómo seguimos adelante?… y la principal es el amor del que habla san Juan en la segunda lectura de hoy. Conoce a Jesús quien ama; todos los mandamientos se resumen en el amor… en el amar.
Cuando vemos que alguien vive y actúa movido o movida por el amor, sabemos que conoce a Dios, aunque nunca haya escuchado su nombre…el amor es la presencia y el lenguaje de Dios…el amor es la dinámica de vida del Dios del cual somos imagen y semejanza, del Dios familia, fraternidad-sororidad.
La invitación sea en este domingo el dejarnos alcanzar por sus nuevos modos de presencia…no asustarnos sino alegrarnos, dejar que esta novedad toque nuestro corazón, nuestra mente, todo nuestro ser y nos movilice no sólo para disfrutar de la gracia de la resurrección, de la vida nueva del resucitado sino también para compartirla y expresarla en y desde la comunidad de la cual formamos parte.
Y si nos dejamos tocar por esa fuerza de la resurrección, seremos los mismos pero distintos…tendremos esa nueva luz, ese nuevo tono de vida que nos permitirá dar testimonio de la presencia de Dios en estos complejos meses de historia que marcarán un antes y un después en la humanidad.
Y como contaban los discípulos de Emaús a la comunidad, dejemos que Cristo nos abra el entendimiento para comprender la hondura de su mensaje…Contemplemos con una mirada larga y profunda lo que estamos viviendo como humanidad… ¿Qué llamado percibimos? ¿Qué envío estamos escuchando?
CARMELITA MISIONERA TERESIANA – AMÉRICA