“… la tierra  va produciendo la cosecha ella sola… Con qué podemos comparar el reino de Dios… “(Mc 4,26-34)

A veces nos podemos preguntar: ¿Por qué hay tantas imágenes agrícolas en la Biblia? No es solo porque la sociedad de la época de los profetas y de Jesús era campesina, sino es porque Dios quiere usar un lenguaje que trasciende los tiempos. ¡Depende de nosotros redescubrir los sencillos encantos de la naturaleza!

Así, este domingo, nos llega a través de Marcos la culminación de su doctrina acerca del Reino de Dios.

Se trata aquí de las parábolas cortas que completan la del sembrador. Son muy ricas en aspectos concretos del reino de Dios, como nos recuerda esta Palabra de Dios al inicio de cada: “El reino de Dios es como…” (Mc 4,26); “¿A qué asemejaremos el reino de Dios o a qué compararemos el reino de Dios?” (Mc 4, 30). Con eso, Jesús nos quiere dar algunas lecciones: el protagonismo de Dios en la realización del Reino y la insignificancia de nuestras aportaciones. Los dos puntos llevan a la confianza que debemos poner en el Señor y ante la pequeñez de nuestras aportaciones, la humildad, la colaboración sencilla y generosa, la esperanza que debemos poner sólo en Él.

La realidad que debemos comprender es que el Señor, para realizar su siembra, se sirve de nosotros. Su Palabra nos viene de modos distintos, si sabemos escuchar. Se esconde en las realidades más sencillas, en los pequeños acontecimientos de la vida, en las personas más humildes. La Palabra sembrada lucha contra los elementos negativos: dureza, piedras, espinas, malas hierbas. Pero es el Señor el que lucha en nosotros: “Ni el que planta, ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta” (1Cor 3,7). No nos damos cuenta de la acción de Dios.

Se nos invita a tener calma, a no inquietarnos, a callar y hacer silencio. Además tenemos que estar unidos a Él. Somos colaboradores de Dios, campo que Dios cultiva, casa que Dios edifica.

Concretamente, ¿qué es lo que el Señor nos pide?

Nos incumbe amar, trabajar, esperar, sembrar y dejarle a Él la eficacia. Nos invita a la intimidad que implica: confianza, abandono, oración. Pero, hay algo más que quiere que nosotros ágamos,

Sembrar el amor. A pesar de nuestra nada, de nuestra pequeñez, el Señor nos llama a la construcción de su Reino. No solo a pedirlo: “Venga a nosotros tu Reino”, sino a hacerlo.

Francisco Palau nos ayuda a comprender mejor este proceso de la siembra y lo aplica a las virtudes a adquirir cuando dice:

“Ya hemos dicho que todas las virtudes estaban unidas a la caridad y que formaban, bajo esta consideración, una sola planta; ésta es planta en su semilla, es planta cuando nace, es planta cuando crece y es planta cuando llega a su perfección y, por consiguiente, se siembra toda entera, nace toda entera, crece toda entera; pero, bajo otras consideraciones, aparecen en el campo de nuestra alma unas antes que las otras.

Según el orden de excelencia, la caridad es la primera de todas; nace con todas, crece con todas y es el tronco que reúne en sí todas las raíces –símbolo de los hábitos de todas ellas–, las ramas –que son los actos que salen sobre la tierra– y los frutos.

Por este tronco pasa el zumo de la gracia y dones del Espíritu Santo, que alimenta todo el árbol.” (Escritos p. 192)

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – ÁFRICA

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