DÍA 4º DE LA NOVENA
En este cuarto día de la novena, reflexionaremos en torno a la figura de Sara, la hija de Ragüel.
La historia de Sara parece un poco un cuento de hadas. La joven, única hija de su padre, tuvo siete maridos, y cada uno de ellos murió apenas acercándose a ella en la noche de bodas. Fue un demonio quien los mataba, como si fuera un hechizo que alguien le había echado a la bella y joven hija de Ragüel. Hasta que llegó Tobías, verdadero “príncipe azul” acompañado por el ángel Rafael, su hada madrina, quien deshizo el maleficio y adelante ya vivían felices…
Podría ser así. La verdad es que la historia de Sara, que corre paralela a la historia de Tobit, tiene bastante que ver con la historia de otro hombre bíblico: Job. Los males que recaen sobre esos tres personajes no son culpa de nadie. Los tres temen a Dios, cumplen sus mandatos, cuidan a los pobres de su pueblo. Pero aun así, la fidelidad de los tres está puesta a prueba por medio de diferentes desgracias. Los tres son insultados por sus parientes, siervos, amigos, que por qué aún se fían de Dios si por todo el bien que han hecho Dios les paga con sufrimiento. Hasta el punto que los tres elevan a Dios una oración pidiendo la muerte. Tobit y Sara oran en el mismo momento, y Dios oye sus súplicas y envía a su ángel para que ayude a los dos por medio de Tobías. Verdaderamente, “donde dos o tres piden juntos, Dios está en medio de ellos”.
Yo soy Sara, hija de Ragüel y del Dios eterno. Hermosa Sara, eran indignos de ti […] Buscas a Sara, deseas a la Hija de Dios, la Iglesia santa. MR 9, 32.34.
Entre las imágenes femeninas utilizadas por Francisco Palau para representar a la Iglesia, el personaje de Sara nos habla de la noche de la Iglesia. Es una noche tanto más dolorosa y llena de miedo porque es provocada por las actuaciones de aquellos que por su ordenación sacerdotal y consagración deberían ser los más devotos a ella. Sara trae también cierta novedad: no es sólo la Iglesia la que ofrece la salvación, sino la que la necesita también para sí misma. Se trata de la infidelidad y la traición de los sacerdotes, de todos que se consagraron a Ella pero que no sirven sino que la utilizan para sus intereses personales.
Este es uno de los pecados en la Iglesia, la cara oscura que Palau experimentó y que se sigue experimentando también en nuestros días. Es la “multitud de amadores falsos (…) que buscan en la Iglesia no a la Iglesia sino una prebenda… Aman unos la dignidad y la gloria de que me ven rodeada; otros las riquezas materiales; otros, la ociosidad, holgazanería y su propia comodidad; y con estas intenciones emprendieron la carrera y llegaron a poseer una situación gloriosa” (MR 18,6).
El personaje de Sara nos vuelve a recordar el tema de fondo de toda la Biblia: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…” Nos recuerda que Dios es un Dios celoso de lo que es suyo y no permite que su pueblo sea apacentado por los que no son verdaderos pastores, sino unos jornaleros alquilados por un precio concreto. De alguna manera eso nos invita a cuestionar de nuevo nuestras propias motivaciones. ¿Qué busco yo, en este momento de mi vida, en la vida consagrada, en mi vida laical, en mi matrimonio? ¿Busco servir a la Iglesia, Dios y los hermanos, o busco mi propia vanagloria, posiciones, seguridad, un estado de vida más que confortable…?
La historia de Sara nos hace ver claramente que los consagrados/consagradas en la vocación a la que han sido llamados, que buscan sus propios intereses, hacen sufrir al otro, a la gente sencilla. Es el pueblo el que carga con las consecuencias de nuestras actitudes como consagradas y consagrados. Son las personas concretas que viven cerca de nosotros las que se ven escandalizadas, robadas, traicionadas por nuestras faltas de amor y de comunión para con ellos.
Pero recordemos que Dios no permite que sus pequeños sufran; puede cargarse incluso la vida de los que tienen malas intenciones en su consagración, incluso la vida de toda una Congregación… Por eso necesitamos mujeres como Sara que nos recuerden el amor preferencial de Dios para con los pequeños y ultrajados, que nos muevan a reconocer nuestros intereses en servicio a la Iglesia, que nos hagan conscientes del daño que también nosotras hacemos al cuerpo de Cristo.
Para terminar esta reflexión, te invito a ponerte delante de Dios con toda sinceridad posible, reconocer las veces que tus intenciones de consagración no fueron puras, y pedir por ello perdón a la Iglesia, a Dios y a los hermanos. Y que una vez más, renueves tu compromiso, tu consagración, tu consagración bautismal, abrazándote a la Iglesia en fe, esperanza, caridad verdadera. Lo puedes hacer junto con Francisco Palau, que esa también fue su experiencia. Proponemos aquí un texto orientado a las religiosas, pero puedes adaptarlo a tu situación particular.
“- ¿Quieres saber la causa de mi dolor?
- Si es posible…
- Te conduciré a la cima del monte donde verás la gran multitud de amadores falsos que acercándose a la consagración con intenciones torcidas están en poder de Asmodeo. Éstas buscan en la Iglesia no a la Iglesia, no a mí, sino una prebenda; se casaron conmigo por los lazos de consagración, y aman no a mí sino la prebenda; ésta es su cosa amada (…) Todas estas no me conocen ni yo a ellas ni me aman (…) Muertas para mí, viven solo para sí, para el mundo y para el diablo.
- Yo tiemblo en tu presencia.
- ¿Por qué? No temas.
- ¿Quién es digno de ti?
- La que me conoce y me ama: ésta es la que me sirve, ésta es mi esposa; en fe, esperanza y amor yo me uno con el mortal viador. La consagrada que ante el mundo está unida conmigo por los lazos de consagración, si no lo está en fe, esperanza y caridad verdadera, es una infiel.
- ¡Qué será de mí! Yo no soy digna de ti.
- Tú tienes, como los demás mortales, tus miserias; estás enlazada conmigo por los vínculos de la consagración, y en la consagración me buscaste a mí sola; me has buscado porque me amabas, y tú intención fue pura, y esta pureza te hizo digna de mí” (Cf. MR 18,5-6).
- Yo, la hermana NN, deseando vivir la plena comunión contigo, Iglesia, Dios y los prójimos, me entrego a ti en fe, esperanza y caridad. Bajo la protección de María, virgen y esposa, tipo perfecto de la Iglesia, ante la asamblea de los hermanos renuevo los votos de castidad, pobreza y obediencia, según nuestras Constituciones. Me uno nuevamente a esta familia de Carmelitas Misioneras Teresianas, para vivir la comunión en la fraternidad, contemplarte y servirte en tu Cuerpo Místico y así anunciar a los pueblos que eres infinitamente bella y amable. Desde ahora soy herencia y propiedad tuya, Iglesia Santa. Ya no soy mía, ni me pertenezco a mí misma y con la gracia del Espíritu Santo prometo vivir en fidelidad a ti (Directorio 6).
Pidamos la gracia que deseamos por intercesión del Bto. Francisco Palau.
¡Oh Dios. Padre omnipotente y misericordioso!
Te damos gracias y te bendecimos
porque infundiste en el corazón del Beato Francisco Palau
un amor singular a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo,
le descubriste su belleza figurada en María,
y lo iluminaste para servirla con la oración y el apostolado.
Concédenos su pronta canonización en la Iglesia
y ahora la gracia especial que por su intercesión te pedimos.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.