El evangelio de hoy (Jn 2, 1-11) nos dice que hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Éste y sus discípulos también fueron invitados.

Qué bello imaginarnos a Jesús participando de esta boda, como uno cualquiera de los tantos invitados, contento, conversando con sus amigos, quizás parientes, hablando de todo, riendo, disfrutando de estar allí, compartiendo la alegría de los novios y los invitados. Fue con su mamá, sus discípulos, y está allí, siendo parte del grupo.  Está como uno más, sin embargo, hay en Él una fuerza, una realidad invisible a los ojos de los demás, pero real, cierta. ¿Quién lo sabe? Su madre. Por eso, al ver la situación del vino que se acaba, que en esa cultura sí era un problema que se acabara el vino de una fiesta, va a su hijo y le manifiesta el problema: “Ya no tienen vino”, que era cómo decirle, la fiesta ya no es la misma, la celebración, la alegría ya no es la misma y yo sé que tú puedes hacer algo.

Hoy podemos ser como María, acudir a Jesús y expresarle las cosas que faltan a la humanidad, que le pasan a nuestra sociedad, familias, iglesia, incluso a nosotros mismos, que nos impiden celebrar, estar alegres, disfrutar…

Cada uno, cada una sabe qué es aquello que, si estuviera, podría hacer mejor y más feliz la vida de los otros, cercanos y lejanos, mejor nuestra convivencia, nuestro modo de ser y hacer sociedad.

Hay motivos para celebrar, sí, porque más allá de lo negativo y trágico que muestran los noticieros, es una realidad que hay amor entre las personas, hay compromiso con los otros, hay bondad, solidaridad, deseos de ayudar para aliviar el sufrimiento y la falta de alegría de muchos.  Pero también es una realidad, que hay muchas personas y sectores que sufren, que “necesitan algo más” para poder disfrutar de esta existencia. Necesitan quizás paz, comida, justicia, educación, liberación, restauración de su dignidad… O tal vez simplemente necesiten que alguien los escuche, los acoja, los mire a los ojos, les consuele, les ponga una mano en el hombro… 

Nosotros, hombres y mujeres creyentes, como María, sabemos que Jesús puede hacer algo, pero, resulta que Jesús involucra a María “y le dice “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo?

Este “tú y yo” lo repite para nosotros hoy: Juan, María, Esteban, Sofía, ¿Qué podemos hacer tu yo?… Quizás sea comprometernos en favorecer paz, justica, solidaridad, o quizás simplemente sea llamar o visitar alguien, acoger, escuchar, acariciar la mano de mi madre anciana, quizás…

Cada uno sabe cómo y dónde puede llevar más alegría a la vida de las personas, las sociedades, la familia, la convivencia humana.

Ojalá lo hagamos y ojalá sea con la motivación que describe Isaías (Is 62, 1-5) “por amor a Sión, por amor a Jerusalén, por amor a todos, por amor a la humanidad….

Dediquemos unos momentos de este día para contarle a Jesús las necesidades de nuestros hermanos y hermanas y con generosidad busquemos una respuesta a su pregunta “¿qué podemos hacer tú y yo?”; porque en el involucrarnos con Jesús no se trata sólo de presentar necesidades sino de comprometernos. Él decide cuánto y hasta dónde.

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – AMÉRICA

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