“Mientras  oraba, el aspecto de su rostro cambió, y sus vestiduras tornaron blancas y resplandecientes”

 (Lucas 9, 29)

Después de haber contemplado la victoria de Cristo sobre Satanás que lo tentaba, mientras oraba, según el Evangelio de San Lucas del primer domingo de Cuaresma, la palabra de Dios de este segundo domingo, nos presenta otro episodio instructivo para nuestra vida.

Este domingo, Jesús debe actuar como Hijo de Dios a través de la oración para ser presentado a la humanidad por el Padre como su Hijo único. Así, en la Transfiguración, la oración juega un papel análogo. Nótese la importancia que el Evangelio de san Lucas atribuye a la oración: «Jesús ‘subió al monte a orar’ Lc 9,28″. El primer objetivo es, por tanto, la oración; si el Maestro lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan, es ante todo como compañeros de oración. Incluso se diría, según el relato del evangelista, que el fin seguido por Jesús al subir al monte no era propiamente la Transfiguración, y que sólo se produjo como un incidente durante la oración, un despliegue excepcional del misterio que estaba escondido en la intimidad orante del Hijo con el Padre. La transfiguración sucedió en el monte porque el monte era el lugar indicado para la oración, donde el hombre se acerca un poco más a la altura de Dios.

Así, se puede ver en Cristo un vínculo inmediato entre oración y transfiguración: « Mientras  oraba, el aspecto de su rostro cambió, y sus vestidos brillaban de blancos« (Lc 9, 29). El primer cambio es el del rostro, como si el rostro de quien reza de repente comenzara a reflejar el esplendor de aquel a quien se dirige la oración. La mirada de contemplación que Jesús dirige hacia el Padre hace visible lo que él realmente es: reverberación de la luz divina del Padre, «resplandor de su gloria».

De la transfiguración única en la montaña, podemos comprender mejor que no hay verdadera oración, en ningún hombre sin transformación.

La Transfiguración se trata sobre todo de alejar de los corazones de los discípulos el escándalo de la cruz, y de evitar que, una vez revelada la excelencia de su dignidad escondida, la humillación de la pasión voluntaria turbara la fe de los discípulos.

Que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual quedó redimido. Que nadie tema tampoco sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas, porque por la muerte se pasa a la vida. El Señor Jesús ha echado sobre sí toda la debilidad de nuestra condición, y si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció y recibiremos lo que prometió.

Se reveló la Iglesia al Padre Palau, Creó en la Iglesia y la vio; Amó a la Iglesia y la sirvió. Desde ese momento, su vida se transformó.

Yo me he descubierto poco a poco. Has visto primero mi cuerpo, todas mis partes, mi constitución física y moral, las funciones de mis miembros […] Y ahora te descubro mi cara, te revelo mi Espíritu y te muestro mi Corazón y mi amor para contigo… (MR III. 1,3.)

CARMELITA MISIONERA TERESIANA-ÁFRICA

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