Estamos comenzando un nuevo año y en este inicio, contemplar a María nos puede dar luz, fuerza y valentía para perseverar en nuestra relación con Dios, para no cansarnos de “hacer carne” el evangelio, para  no transformarnos en sólo visitantes de la fe sino para arriesgarnos a ser católicos, y católicos de verdad, ser seguidores y seguidoras de Jesús, pero de verdad, entregándonos del todo, como María al hacerse Madre del Hijo de Dios.

En Navidad celebramos cómo la historia de la humanidad cambió con el nacimiento del Hijo de Dios, y agradecimos ser tan amados, pero tan amados, que Dios eligió hacerse uno de nosotros para mostrarnos el secreto del amor de Dios, eligió hacerse hermano… compañero de camino, en esta tierra, en nuestros senderos personales y como humanidad. Agradecimos ser parte de su familia, de la Iglesia, ser parte de la gran cadena de creyentes que durante siglos hemos vivido y anunciado el amor de Dios…

Toda esta gran aventura, esta experiencia transformante comienza de un modo humilde, sencillo, allá en Nazaret con un Sí, dado por una mujer joven desposada con un carpintero. Cuando se la invita a ser la madre del Salvador, María tenía su proyecto de vida, “su espacio de comodidad”: se casaría con José, tendrían una familia y seguramente vivirían en Nazaret. Sin embargo, Dios le pide alterar todo eso para convertirse en la Madre del Salvador que desde hacía siglos su pueblo esperaba.  Si dice Sí al Señor tendrá que ir a su padre, a su madre, a su esposo José para decirles que está embarazada… del Espíritu Santo.

María lo arriesga todo: proyecto de vida, honra, la propia vida. Y se arriesga a todo: ser luz en medio de un pueblo que sufría…  ser lámpara encendida sobre el celemín, portadora de la Buena Noticia, sin saber hasta dónde la llevaría ese sí.… Ella, una madre joven como tantas otras de Nazaret, con su maternidad conectó lo divino con lo humano, se hizo puente entre el cielo y la tierra, entre el Misterio de Dios y la vida cotidiana de cada hombre y mujer de la humanidad por todos los siglos…

Un sí tan simple, tan pequeño y silencioso, dado hace más de mil años en Nazaret y que nos tiene hoy reunidos aquí…porque su hijo Jesús vino a trastocarlo todo… a “desordenarlo todo” para ordenarlo según el corazón del Padre.

Y mi sí a Cristo, ¿Qué cambios va provocando?  La hondura de mi fe, mi coherencia con el evangelio, mi modo de ser y estar como cristiano/a ¿Qué frutos está dando? Porque una cosa es participar en misa, participar en las actividades pastorales, tener un ministerio incluso… y otra cosa distinta es que mi testimonio y el estilo de nuestra comunidad de fe “lleve a Jesucristo” … evangelice… haga creíble el mensaje de Jesús. Y depende de mi sí, pero sobre todo de cómo viva ese sí, del amor y la sinceridad con que lo de, del modo que lo haga concreto en mis acciones, conducta, espacios…

¿No es acaso el sí de la Madre el que ocasiona  allí en Belén el asombro de los pastores, su alegría, su cambio? Dice el Evangelio que “Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado”

¿La motivación de esta joven Madre? La fe, sí, pero por sobre todo su amor a Dios, el amor a su pueblo. Una idea no nos lleva a arriesgarlo todo, el amor por una persona, por las personas, por una comunidad, sí.  A ese “amor que nos habita”, hay que dejarlo salir, dejarlo ser en nosotros, dejarlo expresarse en los infinitos modos de amar que existen (el amor es creativo: palabras, gestos, silencios, regalos, escuchas, detalles, miradas, etc.)

¡Feliz Año Nuevo!

Hagamos de María, la Madre del Sí, nuestra compañera de camino.

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – AMÉRICA

 

María Madre de Dios 2023