Hoy es un domingo para agradecer a Dios con todo nuestro ser su amor, “su modo” de amarnos. Dice Pablo en la segunda lectura (1 Tim 1, 12-17) “Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias interiores”

Sí, en el corazón de Dios hay un amor especial por quienes somos débiles, por los que vamos desorientados por la vida, por los que de cualquier modo nos alejamos de ese cariño inmenso, de la luz, de la calidez del hogar… Es un amor gratuito, un amor que perdona, que da nuevas oportunidades. El Señor no me ama por mis méritos, no me llama ni me busca por mis méritos, no me envía por mis méritos. El Señor me ama, me llama, me busca y me envía simplemente porque me quiere… y me quiere con un amor acogedor, que sabe esperar, un amor infinita y eternamente paciente y misericordioso.

En el Evangelio de hoy la mayor crítica a Jesús (Lc 15, 1-32) es “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Y, sin embargo, esa es nuestra mayor alegría, porque entre ellos, entre esos predilectos, esos elegidos para compartir y salvar, estamos también nosotros, con todas nuestras fragilidades, ambigüedades, errores, pecados… y también con todas las posibilidades que Él conoce, con todo lo bello y bueno que nos regaló al crearnos.

A lo largo de la vida, muchas veces vivimos momentos en que nos hemos sentido como la oveja perdida con la sensación de que no podremos o no sabemos volver al rebaño y al pastor y sufrimos la soledad y el miedo; otras veces nos sentimos como el hijo o la hija que deja la casa “para hacer su propia vida”, sus propios caminos, jugando con una independencia riesgosa y solitaria, aventura de la cual solemos volver heridos(as), cansados (as), anhelando en lo más hondo de nuestro volver al hogar. Y cuando nos decidimos, lo primero que recibimos es una mirada de ternura y misericordia, un abrazo cálido de Dios Padre-Madre que nos acoge sin preguntas, sin regaños, sin pedir explicaciones, un abrazo que en el amoroso silencio nos hace mirar hacia lo más profundo de nosotros(as) y reconocer que somos profundamente amados, incondicionalmente amados… a pesar de todo… ese “todo personal y singular” que cada uno conoce…

Tengamos un corazón agradecido, pues, por mucho que seamos amados, por mucho que amemos a los demás, nunca podremos experimentar mayor amor que el del Señor, o una fidelidad semejante a la suya, o una misericordia más grande, no hay ni habrá un abrazo más sincero y gratuito que el de nuestro Señor.

Que nuestra gratitud se una a la de Pablo, y con él digamos, en este día y muchos otros días “Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias interiores”

CARMELITA MISIONERA TERESIANA-AMÉRICA