Durante muchos años se habló de América como el continente de la esperanza pues se nos veía como una especie de reserva de la fe y seguimiento a Cristo. Con las décadas, sin embargo, y con el creciente bienestar económico, sobre todo en algunos países, fue surgiendo una especie de sentido de autosuficiencia, de independencia de Dios. Sentimos que podíamos solos… A ello se fueron sumando   corrientes filosóficas y espirituales centradas en el bienestar y la autorrealización. ¿Para qué depender de un Dios con tantos límites y exigencias si podemos alcanzar satisfacciones sin Él?, se preguntaban algunos.

El libro del Sirácide hoy (Sir 15, 16-21) nos recuerda que el camino lo elegimos nosotros, que nuestros amores y seguimientos los decidimos nosotros, que nuestra cercanía o lejanía depende de nosotros.

“Si tú lo quieres, puedes guardar los mandamientos;
permanecer fiel a ellos es cosa tuya.
El Señor ha puesto delante de ti fuego y agua;
extiende la mano a lo que quieras.
Delante del hombre están la muerte y la vida;
le será dado lo que él escoja”

Lo cierto es que hoy por hoy la vida nos ofrece muchas posibilidades; una multitud de caminos y estilos alternativos al evangelio, y algunos muy convincentes y atractivos. Son ofertas que nos cautivan por sus satisfacciones inmediatas, llamativas, aparentemente generadoras de total bienestar, caminos que comenzamos alegres en nombre de “una adultez humana que es capaz de dejar las niñerías de la religión”, caminos y modos que nos afirman en nuestra independencia de lo religioso y nos llevan por las sendas de las honduras humanas y satisfacciones temporales que tarde o temprano nos harán saborear el amargor de la confusión, el vacío y la soledad,

Pero sucede que la verdad más honda de nuestra existencia -nos guste o no, lo asumamos o no- es que SOMOS HIJOS E HIJAS DE DIOS, sus creaturas, llamadas a la vida por amor y para el amor, creadas y preparadas para la plenitud, regaladas con el don maravilloso de la libertad…

Porque somos hijos amados y libres podemos elegir, decidir, optar. Nadie, ni siquiera Dios, nos puede obligar a reconocerlo, amarlo, seguirlo… La libertad es total. Nos la dio y no nos la quitará.

Porque somos libres podemos escoger el camino de la independencia autosuficiente o la convivencia amorosa de la filialidad.

Porque somos libres podemos desechar la sabiduría de este mundo y la de aquellos que dominan al mundo (1 Co 2, 6-10) para elegir la senda de una vida con sentido, con paz, hermandad, sentido de familia, de corresponsabilidad, de solidaridad y compasión con los que más sufren.

Porque somos libres podemos elegir entender y acoger el mensaje de Cristo o simplemente ignorarlo.

Porque somos libres podemos creer la palabra que se nos dice en el Evangelio de este domingo “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley”. (Mt 5,17-37)

Si en la libertad lo elegimos a Él, seremos dichosos como dice el salmista hoy:

Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.

Dichoso el que es fiel sus enseñanzas

y lo busca de todo corazón.

Ábreme los ojos para ver

las maravillas de tu voluntad.

Si en la libertad lo elegimos a Él, con humildad y fidelidad, podremos volver ser en América el continente, y en toda otra tierra, el hombre y mujer de la esperanza, la comunidad de la esperanza… depende de ti y de mí.

 

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – AMÉRICA