«Este es mi cuerpo… Esta es mi sangre … Haced esto en memoria mía» (Mt 26,26-29)
Presencia real de Cristo… que cambia la vida.
Os presentamos el comentario a las lecturas propias de la festividad que en varios países se celebrará el próximo domingo, pero en otros sigue siendo este jueves, uno de aquellos más refulgentes que el sol.
En este día, podemos considerar varios tipos de presencias de Cristo y que pueden ser diversificadas y matizadas. Esta celebración está directamente relacionada con la celebración de la Pascua. Cristo está presente como creador, como salvador, como Señor glorificado, como mesías sufriente… La presencia puede ser consciente o no…, fría o emocional… silenciosa o rezada en una comunidad eclesial… Entre los modos en los cuales el Resucitado se hace presente, están los sacramentos. En un sacramento, hay un elemento en la forma en que este significa. Así, al darse como alimento, por el signo del pan y el vino consagrados por el Espíritu Santo durante la Eucaristía, Cristo se entrega a sí mismo como el alimento para la vida eterna. Es un misterio central de nuestra fe. Este tipo de presencia es el modo común a todos los cristianos que creen. Tiene la ventaja de ser accesible para todos: “Así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”. (1 Cor 10,17)
Es por eso que tenemos la oportunidad de aumentar nuestra alegría todos los días, agradeciendo este regalo, este don de quien nos dio todo. Jesús mismo interviene y nos recuerda: «Tomad y comed… Este es mi cuerpo entregado por ti… Tomad y bebed… Esta es mi sangre derramada para la salvación del mundo». (Mt 26,26-29). Aquí nuestro agradecimiento encuentra su verdadero significado.
En realidad, por la Eucaristía, entramos en la vida de Dios mismo, en el agradecimiento de Jesús a su Padre, y viviendo esta presencia permanente de Cristo entre nosotros, nuestro agradecimiento toma mucho más peso para una profunda transformación de vida. Porque, dice Jesús, «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida…»
O: «Quien me coma vivirá por mí» (Jn. 6, 54). Después de oír estas palabras, ya no podemos tener ni más mínima duda de que nos estamos convirtiendo en otros cristos, cada vez que recibimos su cuerpo y su sangre, y podemos proclamar conacon el apóstol San Pablo: «Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí».(Gal 2,20)
De hecho, entendemos que el efecto apropiado de la Eucaristía es la transformación del hombre en Dios. Y es así que nosotros mismos nos convertimos en el “agradecimiento” del ser humano a nuestro creador.
Y para los que son herederos de la espiritualidad palautiana, la Eucaristía viene a evocar más hondura en estos textos del Padre Palau, beato carmelita.
Cristo da su cuerpo y su sangre, dáse todo a su Esposa, la Iglesia esto es, a la congregación de los que comulgan, a todos todo y a cada uno de ellos todo. La Esposa lo recibe, y desde que toca el Sacramento sus carnes ya no son dos, sino un solo Cuerpo místico y moral, esto es, la Iglesia y la Cabeza; y por este Sacramento, el que comulga se hace a más miembro de un mismo cuerpo con los demás comulgantes, y un mismo y sólo cuerpo. MR 3,9
Antes de recibir el que comulga a Dios, haciendo un acto de caridad (amor de Dios y de prójimos) se da a Cristo, con tanta más perfección cuanto es más perfecto este acto. Comulga uno, comulgan mil, y la congregación de los que comulgan, que es la Iglesia, se da a sí misma al Esposo amando a la Cabeza y a todos los miembros de su Cuerpo moral. MR 3,10
Yo soy la Iglesia en Cristo y Cristo en la Iglesia. Estoy en el Sacramento como Cabeza de ella, y los dos aquí somos una misma cosa. MR 4,23
Vuestro amado está presente. Creedlo. La fe católica os lo dice. En el sacramento viene a vosotras y os dice: Yo soy vuestro amado, todo vuestro, y en prueba, se os da bajo las especies de pan, y vosotras le recibís, le tomáis, le tocáis, le abrazáis, os unís a Él y Él a vosotras, le coméis y os hacéis una misma cosa. Creedlo, hijas mías, y así será. ¿Qué más queréis de Él? Le tenéis, le poseéis, viene con vosotras y se deja en vuestros brazos llevar donde os plazca. En el sacramento, cuanto más le tocáis, más limpias sois; abrazándole, os comunica su castidad y gozándole, más santas y puras sois. Cta 88.10
Pidamos al Señor que aumente nuestra fe en la presencia eucarística, para que podamos vivir una verdadera comunión con Él y con nuestros hermanos, amándolos y sirviéndoles. Porque donde hay fe, hay amor. Donde hay amor, hay paz. Donde hay paz, hay Dios.
carmelita misionera teresiana