En el evangelio de hoy, el protagonista es Jesús y como lo vemos en la primera lectura, también fue anunciado, no un mes, no años sino miles de años y prueba de eso es el Antiguo Testamento: todo él es un anuncio del Mesías Salvador que iba a venir.
El centro del Evangelio de hoy no está el demonio, sino en Jesús. En Él debe fijarse nuestra mirada, nuestro corazón, nuestra esperanza…. Porque nosotros solos nunca podríamos liberarnos del poder del mal. Es necesario dejar que cada día Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Y lo tiene que hacer El, y sólo El, Porque sólo Él tiene el poder, la autoridad; Él es la roca de nuestra salvación…
Imagínense si yo dijera hoy: “aquí y ahora, en medio de nosotros, hay una persona que alberga un espíritu malo, que tiene el demonio en su corazón”. Más de alguno diría: ¡y con qué derecho te atreves a decir una cosa cómo esa! ¿cómo te atreves a pensar que conoces mi corazón así de sólo de mirarme o de escuchar lo que otros dicen de mí? Pues estarían en lo correcto, porque no podemos escanear los corazones de otros, sólo puedo escanear el mío y sé lo que hay en él. Y ustedes, cada uno de ustedes pueden escanear el suyo… y saben lo que allí hay….
Pero alguien más lo sabe: Jesús, ante Él no hay negaciones que valgan, no hay justificaciones, ni mentiras. El y sólo El conoce esos espíritus oscuros que hay en nuestros corazones: la avaricia, el odio, la indiferencia, la pereza, la crítica desencarnada, los rencores, la envidia, los celos, las ansias de poder, el apego a la imagen… Sí, ciertamente, muchos espíritus oscuros, al menos alguno de ellos, vive dentro de nosotros.
Y a ellos Jesús les dice: ¡Cállate! ¡Sal fuera! Y a ti y a mí, Jesús nos dice: estoy aquí para sanarte, para liberarte. Yo tengo autoridad y poder y tú tendrás el mismo poder si crees en mí, si esperas en mí, si confías en mí… Pero para aceptar ese amor y esa liberación de Jesús nosotros tenemos que recuperar una verdad que en estos últimos tiempos hemos querido ignorar: ¡el mal, existe! Y está más cerca de lo que imaginamos, muchas veces en nosotros mismos… Las fuerzas del mal existen.
Miremos nuestro mundo… -Hay tanto que es bello, sano, hay tanto amor, solidaridad, bondad, verdad, tantos que buscan y se esfuerzan por construir un mundo mejor, tantos dispuestos a dar su vida en el cuidado de otras más frágiles, más violentadas… hay tanto de Dios en él. Pero allí también están el crimen y los robos que hacen que nos refugiemos detrás de puertas blindadas; allí está el mundo de la droga, de la violencia, de la trata de personas que encadenan a la gente y que genera ambiciones que acarrean masacres, allí están el terrorismo, el racismo, el uso y abuso de inocentes… tantas cosas que sólo destruyen…
Sí, el mal existe bajo mil ropajes y disfraces. Y la realidad es que, por nosotros mismos, no conseguimos ni conseguiremos derrotar el mal o a los llamados demonios. Cristo, y sólo Cristo, tiene el poder… Pero lo que sí podemos hacer es mirarnos de forma honesta y sincera para reconocer qué fuerzas mueven mis acciones, mis palabras, mis relaciones y comunicaciones de este día; mirarnos para ir afinando nuestra mirada, abriendo nuestro oído, para reconocer qué espíritu ha cobrado más fuerza. Mirémonos en el espejo de Jesús que es quien tiene la autoridad para, una vez reconocidos nuestros demonios, los mande fuera.
Dejemos entrar en nuestra vida a Aquel que fue anunciado desde siempre, creamos en su poder, confiemos en su amor y Él nos irá poco a poco liberando de esas fuerzas del mal por las cuales nos hemos dejado aprisionar; y en Él también nosotros, en lo que nos cabe, podremos ir realizando ese servicio liberador del Cuerpo llagado de la Iglesia restaurando su belleza, restableciendo la comunión. Pero Jesús tiene que estar dentro de ella y así su autoridad será también nuestra autoridad y su poder será también nuestro poder.