Compartimos el mensaje que nuestra hermana General, María José Gay Miguel, dirigió a la Familia Palautiana desde el santuario Monte Carmelo de la Casa Madre en Tarragona, España al final de la Eucaristía conmemorativa de los 150 años del encuentro definitivo del Padre Palau con la Iglesia.

Sus profundas, fraternas y desafiantes palabras, nos invitan a ser mujeres y hombres de «ENCUENTRO», de esos encuentros de calidad y hondura,  como los que generó y vivió Francisco Palau. 

Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Joan Planellas i Barnosell, arzobispo de Tarragona y hermanos sacerdotes que nos acompañan en esta Eucaristía.
Doña María Elisa Vedrina Conesa, concejal del ayuntamiento de Tarragona.
Doña Sílvia Puerto i Lleixà, diputada provincial, delegada de Recursos Humanos.
Autoridades todas.
Hna. Teresa Vives Pertusa, animadora provincial de la Provincia Francisco Palau de Europa.
Hermanas del Consejo General y del Consejo Provincial.
Hermanas Carmelitas Misioneras Teresianas aquí presentes y las que se unen en la celebración a través de nuestra transmisión.
Sra. María Teresa Ruiz, presidenta del Equipo General MILPA y miembros del MILPA.
Miembros de los equipos de titularidad y representantes de nuestras obras apostólicas.
Familia Palautiana que desde los distintos lugares del mundo están participando de la celebración.
Hermanos y hermanas religiosos de las congregaciones presentes en Tarragona.
Familiares y amigos que nos acompañan en esta Eucaristía de modo presencial y quienes se unen a través de las redes sociales.

150 años de encuentros, es el lema que hemos elegido para conmemorar el acontecimiento que hoy nos reúne como familia palautiana, junto a los restos del beato Francisco Palau, quien se encontró definitivamente y sin velos con la Iglesia, un 20 de marzo de 1872, justo hace 150 años.

Me atrevo a afirmar, junto a quienes estamos participando de esta Eucaristía, que nuestro fundador fue un hombre de encuentros, igual que todos nosotros. La diferencia o semejanza, aquí cada uno y cada una debe responder, es que sus encuentros estaban marcados, atravesados, por una experiencia que les daba calidad y hondura: saberse Iglesia, cuerpo junto a cada persona, unido con Cristo Cabeza (cfr. MR 22,18), y pensado desde siempre por la paternidad de Dios (cfr. Cta. 99,7; MR 9,29).

Si bien es verdad que los matices que caracterizan cada encuentro fueron diversos según las personas y las circunstancias, no es menos cierto que en todos ellos hay un denominador común: el anuncio de la belleza de la Iglesia (cfr. MR 12,2), manifestado de muchas maneras, según la realidad con la que se encontraba. Como bien sabemos, ese anuncio no significó simplemente reconocer todo lo bueno que las personas con las que se encontraba tenían. En muchos momentos, ese anuncio supuso denuncia y compromiso porque lo que veía poco o nada tenía que ver con el querer de Dios para la humanidad. La presencia de cada rostro, las situaciones que atravesaban quienes con gran sentido evangélico llamaba “prójimos”, lo que veía, escuchaba y tocaba, le empujó constantemente a latir según el corazón de Dios (cfr. Cta. 19,7), que en la encarnación tomó como propias las realidades humanas. Todo lo humano fue preocupación para Jesús y lo fue también para Palau; por eso sus encuentros estuvieron impregnados de amor y compasión, con todo lo que estas palabras contienen.

Los encuentros que Francisco Palau tuvo durante su vida no le dejaron impasible, ni a él ni a quienes tuvieron la dicha de transitar algún momento de la vida junto a él, porque todos ellos estaban impregnados de un ENCUENTRO con mayúsculas, un encuentro con la Iglesia, experimentada como Persona, que ha impreso su imagen en cada ser humano (cfr. MR 16,12).

Después de correr el riesgo en Calasanz del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, […] en un constante cuerpo a cuerpo, encarnando así el Evangelio (cfr. EG 88), llegó al culmen de esos encuentros, y precisamente aconteció aquí en Tarragona, ciudad que acogió el enlace definitivo, y le dio el paso como piedra viva a la Ciudad Eterna (Igl. 21,3), al encuentro que no tiene fin.

A partir de ese día y hasta esta fecha han sido muchas las generaciones de hermanas y laicos que hemos participado de su carisma de encuentro, de ese amor recibido y entregado a la Iglesia en los distintos lugares donde la Congregación, la familia palautiana, está presente. Han sido muchas y muchos los que, al igual que nuestro fundador, han experimentado por pura gracia el amor de Dios incondicional y generoso. Muchos y muchas a los que se les ha regalado la experiencia de ser uno con el resto de la humanidad, y por lo tanto sentir a los demás como parte propia, que le pertenece y que requiere de nuestra atención y servicio.

Sabernos imagen de Dios y reconocernos hermanos es la clave para que nuestros encuentros sean siempre y en todo lugar generadores de vida, de comunión, de preocupación por el otro y de compromiso. Expresado con la propuesta del Papa Francisco, fomentando la cultura del encuentro, de ese encuentro fecundo, de ese encuentro que restituye a cada persona la propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad de viviente (cfr. 13/09/2016).

Mirando nuestra historia congregacional, acercándome a las experiencias personales que tantas veces me habéis compartido, doy gracias por estos 150 años de encuentros variados, de entrega generosa, de presencia en tantos lugares donde la caridad ejerce sus actos y funciones, en medio de los pueblos, peregrina en los caminos, toda en todos… (cfr. MR 20, 11).

Hace unos momentos, con el corazón lleno de un profundo agradecimiento, he besado este lugar, santo para nosotras; lugar tan deseado, custodiado y buscado. Con estos tres verbos quisiera sintetizar años de historia.

Mi admiración por aquellas hermanas jóvenes que desearon que los restos del P. Palau estuviesen en nuestra Casa Madre, aquí en Tarragona. Entre ellas la hna. Isabel Pérez Castiella, presente hoy entre nosotras, y la hna. Carmen González Morales, quien hace ocho días ha transitado su “ya es la hora”, después de una vida totalmente entregada y lúcida. Hermanas, casi todas menores de treinta años, que deseaban y se animaban en el conocimiento del Padre y que, teniendo como cabecilla a la hna. Carmen González Gutiérrez, con un entusiasmo casi rayando la osadía, consiguieron el traslado de los restos en diciembre de 1947 (Historia de las CMT III, Tomo 2, 2616ss).
Mi gratitud a tantas hermanas de todas las generaciones que desde entonces han cuidado y habéis cuidado y custodiado este lugar y su impronta, incluso más allá de los ámbitos de nuestra Congregación.

Por último, presento el torrente de gracia que el Señor ha derramado desde aquí hacia tantas hermanas, laicos, padres carmelitas, sacerdotes… que llegaban buscando y salían fortalecidos en el contacto con las reliquias de nuestro Fundador; también hacia aquellos que con corazón de peregrinos seguirán acercándose (cfr. Directorio sobre la piedad popular… 282.236).

Permitidme que prolongue mis palabras, ante la tragedia de la guerra que se está desarrollando en el corazón de Europa. Nuestra mirada se quiebra de dolor ante el desgarrador grito de auxilio de nuestros hermanos. El Papa Francisco nos exhorta a no dejar de invocar la paz de Dios y de los hombres, a “seguir orando para que quienes sostienen el destino de las naciones no dejen piedra sin remover para detener la guerra y abrir un diálogo constructivo para poner fin a la enorme tragedia humanitaria que está provocando” (Francisco, 18/03/2022). Por ello hoy, ante el sepulcro del Beato Francisco Palau, hombre que experimentó en su vida los desastres de la guerra, la violencia de la represión y las injusticias del abuso de poder, pedimos su intercesión ante el “único mediador, Cristo Jesús” (1Tim 2,5), y oramos como él nos aconsejó: “negociemos esto con él y con su Padre con súplicas, con clamores, con lágrimas y en espíritu verdadero de oración en los sacrificios que le ofrecemos” (Lucha, carta 9).
Que el beato Francisco Palau, desde este lugar tan deseado, custodiado y buscado, donde reposan sus restos en esta querida ciudad de Tarragona, tan significativa para él y para nosotras, acompañe nuestras vidas y nos haga como él hombres y mujeres de encuentros significativos, que nutran nuestra existencia y den pleno sentido a nuestra misión.

Tarragona, 20 de marzo 2022

VERSIÓN IMPRIMIBLE: Mensaje animadora gral_20 de marzo 2022_