“Yo he venido a traer fuego a la tierra “(Lucas 12, 49)
En este vigésimo domingo del tiempo ordinario, la Iglesia nos invita una vez más a profundizar nuestra fe escuchando la Palabra de Dios.
Es verdad y seguro que Jesús ha venido ha venido a traernos un amor que ha de penetrarlo todo como el fuego. Un amor que está por encima de los amores humanos a los cuales habría que dejar si alguna vez entraran en colisión con este.
Cuando no se toma en serio, nace esa enfermedad del alma que es la tibieza. La tibieza se opone directamente a ese fuego divino del corazón de Cristo. Esa flojedad sobreviene cuando el alma quiere acercarse a Dios con regateos con poco esfuerzo, sin renuncia haciendo compatible la vida interior con cosas que no son gratas a Dios. Nacen una serie de transigencias y el abandono de una lucha efectiva por mejorar; se cede fácilmente a los pecados y el trato con Dios se mantiene en un estado de mediocridad, sin buscar positivamente la verdadera entrega a Dios.
La tibieza conduce al desaliento, a la tristeza. Deja el alma sin recursos para reaccionar y comienza a hacerse una poquedad de ánimo para las cosas que se refiere a Dios.
Mientras que recomencemos una y otra vez, habrá amor de Dios en nuestras vidas y estaremos alejándonos de la tibieza. El único error posible, el único error grande sería dejar de luchar, no recurrir una y otra vez al Señor.
Nos podemos preguntar: cuando nos encontramos con dificultades, ¿tenemos confianza en el Señor? ¿Buscamos la paz interior?
El Padre Palau responde:” Anime V. hasta el punto más alto su confianza en el Señor, fundándola, no en V. misma, sino en la sangre del Redentor”. Lucha 4,45
Jesús ha venido a inundar el mundo con su amor. Un amor que viene a quitar a los hombres la tranquilidad, para llenarlos, paradójicamente, de una paz más profunda. Y ante El hay que definirse aun en el caso en que pudiera significar la separación de los seres más queridos.
CARMELITA MISIONERA TERESIANA-ÁFRICA
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