“María se mira el vestido nuevo que le han puesto y se sonríe.
¿Iremos a una fiesta? María se sonríe otra vez.
¿Por qué lo dices, María?
– Por el vestido… Hoy es un día de fiesta, termina este día y nadie me ha hecho daño, ni cosas feas,
tampoco he sangrado ni estuve atada, he comido las cuatro veces,
bueno seis porque me comí lo que José no comió (y se ríe)”.
Que gozo era poder hablar con esta pequeña, y escuchar la emoción de su voz al ver que todo lo que recibía (cosas que nosotros tenemos a diario en abundancia) era para ella un regalo (un vestido, un plato de comida, una ducha, una caricia sanadora). ¿Cuánto disfrutamos de lo que tenemos cada día? ¿Recibimos la abundancia de cada día como un regalo, como una oportunidad? Con María, una pequeña de seis años, aprendí mucho más a vivir desde la gratitud, gratuidad y generosidad. Ella me dio una gran lección de vida.
María se mira el vestido nuevo que le han puesto y se sonríe:
– ¿Iremos a una fiesta? María se sonríe otra vez.
– ¿Por qué lo dices, María? – Por el vestido…
Hoy es un día de fiesta, termina este día y nadie me ha hecho daño, ni cosas feas, tampoco he sangrado ni estuve atada, he comido las cuatro veces, bueno seis porque me comí lo que José no comió (y se ríe). Es día de fiesta, y tengo un vestido bonito y las abus me dieron (y muestra sus manitos) todos estos abrazos… Y… el agua estaba calentita (del baño) y había espuma y mi toalla tiene ositos… Todo es lindo y suave, y eso es fiesta. Amo a mamá ángel, las abuelas y los demás niños también… Y amo a las abuelas y tías y tíos que no están aquí pero que me contaron que son mágicas. Y amo a la abuela y a los chicos… No sé qué significa » amo» pero las abuelas me dijeron: te amo, y si eso ellas sienten por mi yo lo siento por todos también
Haremos una fiesta, nunca tuve una… Este día ha sido distinto a todos mis días, tengo miedo de que no sea real y mañana los monstruos vuelvan. ¿Festejamos? Que mañana la magia puede terminar cuando los monstruos vengan Me gusta me vestido, pero ellos lo romperán, y sangraré, y me harán daño y no comeré. María hecha que llorar”.
Y esta es mi invitación de hoy: a frenar un poco la rutina y tomar conciencia de cuánto nos rodea y la abundancia en la que vivimos. Tomar conciencia para no vivir desde el reclamo constante, desde la mirada “de la carencia”, desde las heridas que nos han causado o las que hemos causado. Tomar conciencia para sanar reproches, resentimientos y envidias. Tomar conciencia para no vivir desconectados, siendo islas, indiferentes. Tomar conciencia para ser generadores/as de relaciones sanadoras, para reconstruir la comunión, para redescubrir el sentido de familia.
María, aún en todo el dolor que vivió, conectó con lo esencial y profundo de la vida. El amor. La gratitud. La belleza. El dolor no le impidió acoger lo bonito de la vida. Su corazón no estaba amargado de resentimientos.
Con este mensaje quiero despedirme de los testimonios, o al menos formalmente: si esto te mantiene impasible o indiferente, si el dolor que te rodea te bloquea o endurece, si tus relaciones está quebrándose y no sabes cómo contenerlo, párate un minuto, respira y plantéate qué es lo que te tiene desconectado, de qué se ha llenado tu corazón, qué es lo que le reclamas a la vida, a tu familia, a tus hermanas, a tu comunidad. Toma conciencia de tus reclamos e indiferencias, para que, como María, con un corazón limpio y de heridas sanadas puedas disfrutar de la vida, de un desayuno, de un baño, de un te amo, de un regalo, sintiéndote profundamente agradecido/a, pleno/o y vivo/a.
María me lo enseñó, me recordó lo esencial de la vida. Quizá a ti también te sirva, si dejas que María, una pequeña de seis años, te tome de la mano y te “devuelva a la vida”. Aún estás a tiempo
Marcela Macagno, Carmelita Misionera Teresiana