Jesús vino, cumplió su misión, volvió al seno de la Trinidad y nos dejó a nosotros, su Iglesia, para continuar la tarea que comenzó. Ahora es nuestro el encargo de llevar al Buena Nueva hasta los confines de la tierra, las profundidades de los corazones, los engranajes de las sociedades, los sistemas, hasta los más hondo de las dinámicas de la humanidad.

Es una gran tarea, es desafiante y a veces intimidante, especialmente en un mundo que quiere olvidarse de Dios.  Necesitamos en verdad su aliento para poder llevarla adelante. Y Dios lo sabe, por eso nos deja el Espíritu Santo, fuerza de amor y verdad.

“Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”.

Ser sus testigos… dar testimonio de lo que Él dijo e hizo entre nosotros, ser presencias vivas de su amor misericordioso, su mensaje, su estilo, sus promesas es la clave.  Y no es fácil porque no se trata de transmitir ideas, doctrinas muy bien aprendidas, tradiciones y costumbres, sino sobre todo de compartir una experiencia de vida, de relación, nuestra propia experiencia de relación profunda con Jesús y su amor y su mensaje.

Muchas veces nos lanzamos a la acción y “enseñamos acerca” de Dios, “hacemos” numerosas cosas por la gente, por su bienestar… nos falta tiempo, le faltan horas al día; la gente lo agradece, lo recibe… sin embargo también muchas veces experimentamos ese dolorcillo interior porque que no hemos visto el enganche afectivo de esas personas con el Señor…

Testimoniar desde la experiencia tiene una fuerza que nunca dejará de asombrarnos, quien comparte lo que ha vivido convence, quien predica con el testimonio cuestiona, provoca, invita, despierta en el otro o la otra el interés por Dios y por el prójimo, los grandes amores de Jesús, por eso Pablo, desea a los Efesios

“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros” (Efesios 1,17-23)
Acojamos en este domingo la invitación de Jesús de  ir al mundo entero y proclamar el Evangelio a toda la creación (Marcos 16,15-20), pongamos nuestra confianza en la fuerza del Espíritu para que se den los signos que menciona el Señor y los muchos otros que hemos ido reconociendo a lo largo de nuestras vidas: reconciliaciones, conversiones, una nueva esperanza, gratitud, cambios para el bien de todos, fraternidad sincera y tantos otros hechos y gestos que nos muestran que Jesús está vivo, que sigue presente y actuando, que su Espíritu nos da en verdad el poder de construir, transformar, acompañar, sanar, liberar… Hay que creerlo y acogerlo, sólo así puede hacerse real en nosotros y en todos, en el mundo, en la historia.

CARMELITA MISIONERA TERESIANA – AMÉRICA

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