Esa es la pregunta que me golpea hoy con fuerza cuando leo tu palabra.
Y me pregunto cuántas veces en mi vida actúo de igual modo que la multitud que te escucha en la sinagoga. Reconocen la sabiduría de tus palabras y las buenas obras –los milagros- que realizas.
Sería lógico pensar que, de inmediato, se pusieran a dar gracias a Dios por ello. Y, sin embargo, se escandalizan. No son capaces de aceptar que de alguien conocido, de uno de ellos, pueda brotar tanta bondad.
Son religiosos, van a la sinagoga, pero no son capaces de ver con limpieza lo que sucede ante sus ojos. No son capaces de acoger, sólo son capaces de cuestionar. Su cerrazón les impide participar de lo que sana y libera: “No pudo hacer allí ningún milagro”.
Siglos antes ya había experimentado el profeta Ezequiel que Dios le enviaba a un pueblo rebelde. También en nuestro tiempo Dios suscita profetas. Y los suscita entre nosotras/os.
Señor, dame una mirada limpia, capaz de descubrir y valorar
toda la bondad que brota de las personas que me rodean.
Purifica mis sentimientos, que no me jueguen “malas pasadas” mis celos y envidias,
aunque los camufle de otras cosas.
Hazme capaz de apoyar todas las iniciativas que se propongan a favor de tus hijos,
especialmente los más desfavorecidos, vengan de quien vengan.
Conviérteme, dame un corazón abierto y generoso,
Estoy segura de que así experimentaré, experimentaremos,
el milagro y la alegría de tu presencia.