“¿Acaso soy yo el guardian de mi hermano?…

Al principio de la Historia Sagrada hubo un hombre. Se hizo famoso por una obra suya muy mala y por unas palabras que pronunció después: “¿Acaso soy yo el guardian de mi hermano?” Aquel hombre estaba convencido de que la suerte de su hermano no tenía por qué importarle, incluso cuando fue él quien cambió esta suerte matando a su hermano. Y desde aquel momento, en el corazón de cada hombre y mujer una tentación de pensar y actuar como si la vida de otra persona fuera únicamente su problema, no el nuestro. Incluso, cuando por medio de nuestras actuaciones influimos en ella.

En las lecturas de hoy, Dios quiere enseñarnos una cosa bien diferente. Todos dependemos los unos de los otros, todos tenemos responsabilidad los unos de los otros.

Si los principios que Jesús enseña sobre la corrección fraterna realmente fueran aplicados en nuestra vida, se cortaría de raíz todo el chismorreo del que somos tan amantes. Porque no es que la vida de los demás no nos importe del todo. La realidad es que nos importa y mucho, pero de una manera malsana. Preferimos reírnos, comentar a espaldas, hacer nuestras opiniones circular entre nuestras amistades. Pocas veces nos atrevemos a hablar con la persona directamente, solos o en compañía, o incluso en toda la comunidad. Vemos una foto en internet que nos indica que la persona puede estar entrando al mal camino, pero en vez de amonestar esta persona compartimos la foto con otros para tener de qué hablar.

Las lecturas de hoy son bien claras: tenemos responsabilidad por la vida moral de otras personas porque es un derecho de amor el preocuparnos por la salvación de nuestros hermanos. Al final Dios nos pedirá las cuentas también de ello. Ojalá podamos responder que

“Sí, he sido el buen guardian de mi hermano y le he ayudado cuando se metía en peligro”.

Descargar aquí: Dgo. 10.09.2023